Aquel día -estoy seguro-
me amaste con toda el alma.
Yo no sé por qué sería.
Tal vez porque me marchaba...
-Me vas a olvidar -dijiste-.
Ay, tu ausencia será larga,
y ojos que no ven... -Presente
has de estar siempre en mi alma.
-Ya lo verás cuando vuelva.
Te escribiré muchas cartas.
Adiós, adiós... Me entregaste
tu mano suave y rosada,
y, entre mis dedos, tu mano,
fría de emoción, temblaba.
... Sentí el roce de un anillo
como una promesa vaga...
Yo no me atreví a mirarte,
pero sin verte notaba
que los ojos dulcemente
se te empañaban de lágrimas.
Me lo decía tu mano
en la mía abandonada,
y aquel estremecimiento,
y aquel temblor de tu alma.
Ya nunca más me quisiste
como entonces, muda y pálida.
... Hacía apenas tres días
que eran novias nuestras almas.
Siempre tuyo, G.
P.D.: Te quiero.
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