Fui tan estúpido como para negarme. Fue tan estúpida como para no insistir.
viernes, 20 de marzo de 2015
jueves, 12 de marzo de 2015
Ciudad de sirenas
La primera vez que puse un pie en ella, no noté nada especial. Ni vi nada especial, ni escuché nada especial. Era por la noche y apenas se adivinaban un par de sombras a lo lejos. Llegamos al centro comercial. Los comercios ya estaban cerrados. Subimos hasta la última planta y jugamos un par de partidas en la bolera. Cuando nos fuimos en coche, la ciudad se convirtió para mí en una sucesión de luces destellantes a través de las ranuras apenas abiertas de mis ojos. Pasó mucho tiempo hasta que volví.
La segunda vez fue ocho años después. Esta vez con unos amigos. El plan era el mismo; la época, verano; la luz, solar. Algo apareció ante mí entonces. Una magia oculta, un descubrimiento del subconsciente, algo que no entendí y que me ató fatalmente a ese lugar. Apenas unos meses después, se completaría mi unión a la ciudad de forma irreversible e inesperada. En el lugar menos esperado, conocí a una sirena. Era como cuentan las historias: una belleza sobrehumana, una voz creada para susurrar mentiras, una vida dedica a embaucar y ahogar en sus redes. Yo caí directamente, y así comencé a visitar con regularidad ese mágico lugar. Cuando la puñalada de la sirena me atravesó el pecho, abrí los ojos. Ella no era una excepción en ese sitio. Era la norma. Las sirenas caminaban a sus anchas por esa ciudad marítima. Y aunque una te apuñale ferozmente hasta destrozar al marinero desprevenido que cayó en su compañía, eso no te inmuniza contra las demás. Ni siquiera contra esa misma. Yo mismo caí varias veces. Y sigo cayendo. Y es que, una vez te anclas, no hacen más que retorcer los puñales que te clavan, sin retirarlos jamás. Y es que, una vez te anclas, ya nunca abandonas la Ciudad de las Sirenas.
La segunda vez fue ocho años después. Esta vez con unos amigos. El plan era el mismo; la época, verano; la luz, solar. Algo apareció ante mí entonces. Una magia oculta, un descubrimiento del subconsciente, algo que no entendí y que me ató fatalmente a ese lugar. Apenas unos meses después, se completaría mi unión a la ciudad de forma irreversible e inesperada. En el lugar menos esperado, conocí a una sirena. Era como cuentan las historias: una belleza sobrehumana, una voz creada para susurrar mentiras, una vida dedica a embaucar y ahogar en sus redes. Yo caí directamente, y así comencé a visitar con regularidad ese mágico lugar. Cuando la puñalada de la sirena me atravesó el pecho, abrí los ojos. Ella no era una excepción en ese sitio. Era la norma. Las sirenas caminaban a sus anchas por esa ciudad marítima. Y aunque una te apuñale ferozmente hasta destrozar al marinero desprevenido que cayó en su compañía, eso no te inmuniza contra las demás. Ni siquiera contra esa misma. Yo mismo caí varias veces. Y sigo cayendo. Y es que, una vez te anclas, no hacen más que retorcer los puñales que te clavan, sin retirarlos jamás. Y es que, una vez te anclas, ya nunca abandonas la Ciudad de las Sirenas.
martes, 3 de marzo de 2015
Vete
Me desgarraste las ropas. Me abriste la carne en canal. ¡Me clavaste una daga, una daga asesina que liberó la fuente roja en mi pecho! Mira tus manos. Mira las mías. Manos hermanas, muestra del veneno que reside en nuestros corazones y nos consume a los dos a un tiempo. El dulce paso del tiempo nos cubre con el manto de la falsa indiferencia. Así que vete. No quiero volver a pensarte. Tu música se extinguió en mí. Vete y susurra tus mentiras de sirena maldita a otro marinero al que llevar a las profundidades. A base de ahogarme aprendí a nadar. A base de escucharte me volví sordo. Cada paso me aleja de tu centro de gravedad, cada paso cuesta menos, cada paso alivia más. Vete y llena de dulce miel los oídos de otro incauto dispuesto a divinizarte como yo lo hice. Vete a matar otro corazón, otra ilusión, otro amor. Vete y traiciona otra confianza. Vete. Y déjame ser feliz.
Soy yo
No hay sitio para el dolor. No hay sitio para los recuerdos, ni para una vuelta atrás, ni para el amor. No hay debilidad. El estado perfecto. No hay quejas, no hay sufrimiento, no hay llanto. Yo no lloro. No hay motivos para hacerlo. Todo está bien, como tiene que estar, todo en su sitio. Me quiero, me quieren, me valoro, me valoran. Soy importante para mí mismo y para los demás. Soy necesario donde estoy. No hay rechazo, no hay excusas, no hay fracaso. Todo me sale bien. Consigo lo que me propongo. No la cago una y otra vez. Ni siquiera una. Estoy como quiero. Me valoro y me valoran. No hay enfados, no hay malos rollos. No hay malas decisiones. No hay arrepentimientos. No hay errores. No hay dolor. Soy parte del nosotros. Soy yo. Soy feliz.
"Auto-convicción (mentiras)".
"Auto-convicción (mentiras)".
La espera
¿Qué esperar cuando esperas? Si es que esperas. ¿Y si sabes que esperas por lo que no va a llegar? ¿Seguir esperando o seguir adelante? Seguir adelante parece lo obvio, pero como la esperanza es lo último que se pierde, hay algo que te lo impide. Y sin embargo, aunque te aferras a ese algo, avanzas. Poquito a poco pero sin pausa. Y hola y adiós, y eres dos. Pero ese algo no se da cuenta, y sigue agarrando con fuerza el vacío que se suponía que ocupabas. Y sufre, y sufres. Pero eso no te hace volver. Puede que intente hacerte volver, pero ya no estarás dispuesto y lo sabes. Pero ese algo no se da cuenta. Y cuando se de cuenta, ya será tarde.
Miedo
A veces tener miedo es bueno. A veces significa que te pasa algo tan genial, maravilloso e increíble que instintivamente desconfías y esperas que te lo quiten. Que te traicionen. Que te digan que fue un error; y tú sabes que lo fue, porque a ti no te pasan esas cosas. Pero de repente, te encuentras paseando de la mano, tumbado a su lado, mirándola a esos dos pedazos de cielo que brillan cuando sonríe, hablando, yendo al cine, a tu casa y a la suya, conociendo a su familia y presentándole a la tuya; y, en definitiva, cometiendo de nuevo lo que para ella tendría que ser un error garrafal que olvidaría lo antes posible. Así que sigues teniendo miedo. Pero es un miedo agradable.
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