Hacía frío. Era por la mañana, y un fuerte y frío viento del norte, cargado de salitre, le azotaba la cara. Con cada batida de las olas, una miríada de relucientes gotas de agua embestían con fiereza las solapas de su chaqueta. La gran roca sobre la que se encontraba estaba empapada, tenía que ayudarse del bastón para no precipitarse al vacío. Sólo una pregunta cruzaba su mente: ¿Qué habría sido de ella? No sabía nada de ella desde que la había plantado en el altar. Tenía curiosidad por saber cómo habría reaccionado. La echaba de menos, pero sabía que había sido lo correcto. Una ola especialmente fuerte dejó un objeto sobre una roca frente a él. Era uno de sus zapatos de bodas, uno de sus favoritos. La vista se le nubló, se le secó la boca, el pulso le tembló y flaqueó el bastón. El mar engulló de nuevo el zapato y, con él, la confesión que le había regalado. Él, aparentemente impertérrito, fijó su mirada de nuevo en el horizonte, recuperando la firmeza en sus pies y bastón mientras en su cara se dibujaba una sonrisa de nostalgia. Sólo una pregunta cruzaba su mente: ¿Qué habría sido de ella?
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